Desde muy pequeñas están vinculadas al júbilo propio del flamenco, al baile y al cante. Aprender a taconear casi antes que a caminar y tocan las palmas propias de los bebés de una forma distinta, como si ya corriera el ritmo en sus venas.
Con tan solo un año o incluso con unos meses de vida, muchas son las madres que las pasean por el albero con trajes de flamenca para niñas, en sus carritos adornados con las flores que su poco pelo todavía no puede agarrar. La gente de fuera se para a mirarlas, sorprendidas por la gracia y el encanto que desprende alguien tan pequeño entre tanto ruido y alboroto.
A medida que van creciendo, la pasión por el flamenco que antes era una mera costumbre familiar, pasa a ser algo propio y a formar parte de su persona. Ahora ya no es su madre la que la viste, si no ella misma la que elige su traje de flamenca de niña, con su mantoncillo y sus pequeños tacones. Es ella la que espera todas las semanas sus clases de sevillanas, para poder luego animar cualquier reunión familiar con sus sevillanas y sus rumbas. Las niñas de Sevilla son diferentes. Son especiales. Son únicas